#GritosdelaCiudad #GritosdelaPobreza

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Jenny Torres

Naciones Unidas decidió, hacia el año 1992, conmemorar el 17 de octubre como “Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza”. Este año ha elegido un interesante lema: “De la humillación y la exclusión a la participación: poner fin a la pobreza en todas sus formas”. Y digo interesante porque, junto al informe regional de desarrollo humano, llama a la mirada multidimensional de este fenómeno tan cruento que atraviesa la vida de millones de personas en nuestro país y que deja huellas en las personas más allá de las carencias materiales.

Digo interesante porque de alguna manera (aunque sin nombrarlo) rescata la propuesta de Max-Neef y su teoría desarrollo a escala humana, que prefiere hablar de pobrezas y le otorga un importante valor a las consecuencias que genera en las personas el padecer alguna pobreza de manera continua en el tiempo. Identifica estas como patologías y pueden dar un marco para caracterizar la realidad con un poco más de profundidad.

Interesante pero aún insuficiente, porque si bien pretende ampliar la mirada hacia múltiples dimensiones, continúa centrando su atención sobre el ingreso e identifica con un eufemismo hipócrita los que tienen más ingresos llamándoles grupo “residual”. Nombra pobres, pero ignora ricos y por tanto sigue excluyendo de la discusión de la pobreza el peso del poder económico y su responsabilidad en la captura política. Pretende en la teoría otorgarles importancia a las humillaciones y exclusiones, pero evalúa los avances sociales a partir de la evolución de las pirámides de ingreso.

Pero al margen de la discusión sobre la profundidad teórica que pueda tener la aspiración de las Naciones Unidas con el lema elegido para este día, vamos a aprovechar el momento para expresar algunas dudas que siempre nos ha generado el vertiginoso camino del fin de la pobreza en RD desde la mirada monetaria. Ya hemos hablado anteriormente de la fragilidad que implica la salida de la pobreza monetaria pero debemos seguir profundizando las implicaciones de ser pobre o no pobre en RD con una mirada multidimensional.

Uno de los elementos más importantes que ha traído el informe regional de desarrollo humano es la identificación del estrato que está por encima de la pobreza y que es llamado vulnerable. La declaración de ese estrato pone en el tapete el hecho de que superar el umbral de la pobreza monetaria no es garantía de calidad de vida. En RD según ese informe 4.5 millones de personas vive en condición de vulnerabilidad y por consiguiente es muy probable que padezca al menos una de las pobrezas que identifica Max-Neef. Esta revelación debe movernos como país  a relativizar la consideración de la línea de pobreza como indicador supremo de avances en materia social y comenzar a diagnosticarnos de manera multidimensional. Y entonces así tocar la humillación, la exclusión y todas las formas de pobreza. Y es que entrar en el otro umbral por sí solo, no limpia, como una pomada, las cicatrices que ha producido la patología de tantos años de exclusión y desahucio.

La fragilidad de la línea de pobreza se desvela con el estado del hábitat en nuestro país. Un déficit habitacional cuantitativo de más de 800 mil viviendas y el cualitativo con más de un millón, dejan en ridículo los porcentajes de pobreza (32.5% a septiembre 2015).

Un ejemplo de lo que se esconde detrás de la línea de la pobreza se puede observar en esta tabla que compara el porcentaje de pobreza en hogares y el acceso a agua para uso doméstico. Vemos primero el caso de Elías Piña en donde se identifica un 83.2% de hogares pobres y sin embargo poco más del 90% no tiene acceso adecuado, o sea a agua para uso doméstico. ¿Se puede hablar de que una familia no es pobre si no tiene agua en la casa? ¿No es acaso esta condición una fuente de exclusión?  Veamos el caso de Hato Mayor: se reporta un 62.4% de pobreza. Sin embargo 55.38% tiene acceso por vía de fuentes riesgosas y 28.65% fuera de la casa. Eso nos deja con poco más de 84% de hogares con dificultades de acceso a dicho líquido.

El tema del agua es un indicador con una gran capacidad explicativa por el peso que tiene en la prevención de enfermedades y la carga para las mujeres, sobre todo las mujeres pobres, por la responsabilidad conferida a ellas históricamente. La humillación del galón y la exclusión de la cubeta no son contabilizadas en la línea de pobreza. Pero las dificultades con el agua se combinan en muchos casos con otro tipo de déficit de la vivienda en los materiales de construcción y en la ubicación de las misma.

Esas condiciones de déficit habitacional y vulnerabilidad, ponen en vilo cada año a las poblaciones que residen en espacios vulnerables durante los 5 meses de la temporada ciclónica. Y esto ocurre estén o no bajo la línea de la pobreza. Y se suman humillaciones que sufren cuando pierden sus ajuares o tienen que esperar los comedores económicos, el plan social o la caridad durante el tiempo que transcurre entre la lluvia y que salga el sol.

Y qué decir de las familias cuya vida persiste detenida en un espacio provisional por esta misma situación de déficit habitacional, que les tenía de por sí sumergidas en pobreza aun sin contarla, y que un fenómeno hidrológico les colocó en una condición de más desarraigo. Desde Noel y Olga (9 años), George (18 años) y David (37 años), persisten familias en padeciendo humillaciones y exclusiones por todo tipo de pobreza pensada e impensable.

Llenos de marcas que les ha tatuado el albergue y que les segregan del espacio de la ciudad, en una especie de encierro al aire libre que puede llevar 10, 20 y hasta más de 30 años. Muchas veces rechazados hasta por motoconchistas que tienen temor a entrar en esos asentamientos. Con epítetos vergonzosos como “el baño e la mierda” por las condiciones de falta de sanitario o con la irrupción de la policía sin invitación ni permiso a disponer de los destinos de la zona.

Esas humillaciones y exclusiones superan cualquier medición de línea de pobreza y habría muchos ejemplos más que deben teñir la realidad multidimensional que vive la gente no “residual” y no “clase media” en el país.

Para pasar “de la humillación y la exclusión a la participación” y “poner fin a la pobreza en todas sus formas” el gobierno tiene que trascender la base de su política social actual y hacer una opción real de construcción y re-construcción de la persona. Hay que dar pasos arriesgados y valientes fuera del sector financiero y dejar de engrosar las “visa de solidaridad”, además de la eliminación de todo mecanismo de producción y reproducción de pobreza y desigualdad.

El camino del cierre de la humillación tiene que pasar por una inversión responsable en vivienda y hábitat más allá de un espectáculo mediático que mezcle “ricos y pobres”.

 

 

 

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